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Ay, Keren, Keren… ¡cuántos recuerdos me traes!
Si pudiera tenerte ahora en mis brazos, sería como tener el cielo en mis manos.
Pero hay cosas como que el pan es pan y el vino es vino, que van de la mano, y hay otras como el agua y el aceite, que no se mezclan ni a la fuerza, ni siquiera en tiempos de guerra, cuando de un lado disparan cañonazos y del otro solo palabras…
A ver si se llega a algún acuerdo, que, por lo general, no va a ninguna parte: el agua fluye sola por un lado y el aceite se hace cada vez más denso, por el otro.
El idioma no debería tener traba alguna, al contrario, los dos hablamos dos idiomas iguales, pero tan distintos, cuando le digo en español “Te Quiero“, ella a propósito
me contesta en hebreo, para que a nadie le quepa la menor duda y en voz alta, que soy de esos enamoradizos sin remedio.
Su rostro es tan bonito, que incluso sueño con él, claro que cuando se lo cuento, se burla de mí, aclarándome que no cree en esas cosas freudianas.
Ay, Keren, Keren, si me dieras una oportunidad, tan solo una, te demostraría cuán feliz serias conmigo, pero la esperanza nunca muere, aunque a veces se demora un poco y cuando llega, ya es demasiado tarde.
Mi corazón cada vez se ensancha un poco más, de tanto ampliarse ya se parece a una esfera. Sería bueno saber, si no hay posibilidad de reventar, pues de seguir así, la deformación llegará a la cabeza.
Sus ojos negros, cuando me miran son tan dulces que me derriten y no brota de mí ni una letra, probaré besarlos para saber a qué saben. A lo mejor, será más fácil que hablarle.
Que difícil se me hace, cuando de un lado no hay oído y del otro, ceguera.
De seguir así, me volveré sordo para no escuchar sus No, y ciego para no ver sus caprichos. Keren -que en hebreo significa “rayo”- puede entibiarte como el sol, o fulminarte como en una tormenta.
