El Prado Resized
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Por Daphna Kedar

En tiempos pasados del viejo continente, un filósofo atormentado por la sífilis llamado Friedrich proclamaba a los cuatro vientos: ¡Dios ha muerto! Sus imágenes revolucionarias recorrían Europa, y en una de ellas, en pos de Zaratrustra, el hombre blanco caminaba sobre una cuerda floja pendiente entre dos cimas. El equilibrista que se balanceaba sobre el abismo habría de transitar supuestamente entre el hombre común encadenado por la moral para alcanzar el ideal del Übermensch, el superhombre. Su objetivo existencial era transcender sus limitaciones y encarnar la voluntad del poder.

Dos siglos antes, a unos mil quinientos kilómetros de Centroeuropa, un grupo de monjas convivía en lo que podríamos denominar una variante de comuna premoderna. Constituía quizás la semilla de una era feminista, formada de valientes mujeres que habrían de quemar sus sujetadores y sostén para renovarlos años después y colgarlos sobre miembros transgéneros portadores de pronombres digitales que anunciaban no ser ni hombre ni mujer, sino, ambos o nada: el tercer género. Formaban la orden carmelita de Ávila, en la que ingresaría María de Ágreda, conocida como Santa Teresa de Jesús, religiosa y mística española de ascendencia conversa.

Este relato plasma el imaginario encuentro entre el hombre aspirante a supremacista colgado entre dos mundos y la beata santa marrana, escenificado en los muros del convento.
Cuando en un momento de descanso, sentado sobre la repisa de la ventana del claustro, se despojó de su disfraz de anticristo le dijo el equilibrista existencial a la beata: Quítate también tú ese hábito de monja, Teresa. Y ella, asomada desde la ventana del convento, intentaba ajustar el nudo de la cuerda floja, adelantándose a su próxima ronda, para evitar que se precipitara, tanto verbal como físicamente, mientras le preguntaba qué hacía.

Vivo porque no muero y muero porque no vivo, le dijo Teresa de Jesús a la marioneta de Nietzsche, que se columpiaba entre precipicios, antes o después de declarar que Dios había muerto.
Soy el anticristo, virgen beata, dijo. Dios ha muerto.
Y ella le respondió: Eso ya lo veremos.

El anticristo la miraba con curiosidad, pero no constituía peligro alguno para la seguridad de la futura santa. Podría haber sido igualmente un eunuco del harén del sultán, pues resultaba que no tenía apetito sexual en absoluto, ni por mujeres, ni hombres, ni corderitos… nada…
De haber vivido en el siglo XX, le habrían dicho que tras todo gran revolucionario yacía un castrato insatisfecho.

Acerca del Autor

Daphna Kedar Kelman

Acertijo Existencial – No tengo acento ni lengua “materna”, si en inglés me hablas te diré que soy “nativa”, si en español: “natal”, si en hebreo, me dicen francesa, y al parlar castellano, la “erre” del carro, se la llevó el burro. Soy la nueva judía errante, la palabra es mi espada y el pluralismo mi emblema. ¿Quién soy?
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