Los cuatro jinetes del Apocalipsis están cansados,
han alcanzado el final de los tiempos,
agotados, arrebatados, sin respiración ni pulso;
apagado su aliento, extinguiéndose para siempre,
Sus caballos desbocados han tomado las riendas;
entre sus dientes atisba una sonrisa de venganza.
Cabalgan sin caballeros, guiados por el GPS del horror,
de la desesperanza, hacia el barranco inminente.
El caballo granate, símbolo de guerra y furia,
bebe solamente sangre fresca.
El negro azabache, augurio de hambruna,
ansía perderse en la noche eterna,
y bailar con las tinieblas.
El corcel blanco, símbolo de pureza y victoria,
antaño portador de posible redención,
entre relinchos desesperados,
ha sido raptado y corre ahora a ciegas, con los ojos vendados.
Y el último de los cuatro,
el caballo pálido amarillo,
heraldo de enfermedad, peste y muerte,
etéreo y translúcido,
galopa triunfante hacia la contienda final.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis están cansados,
han alcanzado el final de los tiempos,
agotados, arrebatados, sin respiración ni pulso;
apagado su aliento, extinguiéndose para siempre,
Sus caballos desbocados han tomado las riendas;
entre sus dientes atisba una sonrisa de venganza.
Cabalgan sin caballeros, guiados por el GPS del horror,
de la desesperanza, hacia el barranco inminente.
El caballo granate, símbolo de guerra y furia,
bebe solamente sangre fresca.
El negro azabache, augurio de hambruna,
ansía perderse en la noche eterna,
y bailar con las tinieblas.
El corcel blanco, símbolo de pureza y victoria,
antaño portador de posible redención,
entre relinchos desesperados,
ha sido raptado y corre ahora a ciegas, con los ojos vendados.
Y el último de los cuatro,
el caballo pálido amarillo,
heraldo de enfermedad, peste y muerte,
etéreo y translúcido,
galopa triunfante hacia la contienda final.