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Por Bertha Linker

Yair e Itai podrían ser almas gemelas de no ser porque son polos opuestos. Ambos estudian quinto grado, tienen 10 años, se interesan por el fútbol, la política y la historia, pero mientras que Yair es rubio, de ojos azules y de contextura gruesa, Itai es moreno, ojos negros y de cuerpo atlético. EL primero es fanático del Hapoel, el segundo es fanático del Beitar. Si en las manos de Yair estuviese, solicitaba la disolución del parlamento de inmediato y declaraba al primer ministro actual enemigo público. Para Itai, por el contrario, al primer ministro actual habría que nombrarlo héroe de la patria. A pesar de esta distopía, la infancia hace lo suyo y ambos niños son muy buenos amigos. Son de la generación de niños nacidos en Israel entre 2014 y 2015, que hicieron primer y segundo grado a medias a consecuencia de la pandemia, tercer grado lo usaron para complementar la materia que fue dada por vista, y apenas empezaban el cuarto grado se desató la guerracomo consecuencia del atentado terrorista que el grupo Hamas perpetró en el sur de Israel, masacrando y secuestrando centeneres de civiles, sin distinción de edad o sexo.

La profesora decidió implementar un modelo de estudio que se usa en las Yeshivot para estudiar Torá, que es dividir a los alumnos de la clase en pequeños grupos «Jebrutas» para discutir algún tema y, a través de la discusión misma, llegar a conclusiones y al dominio del asunto en cuestión. A propósito o no, Yair e Itai quedaron en el mismo grupo, y el punto a discutir era el siguiente (o por lo menos fue al punto al que los niños llegaron): ante lasituación de guerra que se está llevando a cabo en la Franja de Gaza, si un soldado israelí encuentra a un bebe palestino abandonado porque probablemente sus padres murieron en la guerra, ¿qué debería hacer el soldado Israelí? ¿auxiliar al bebé, llevarlo a Israel y darle una mejor vida o dejarlo a la suerte de los mismosgazatíespara que se ocupen del bebé?

Itai saltó y dijo: no hay nada que dudar, el soldado tiene que matar al bebé, al fin y al cabo si no lo mata ahora lo va a matar en unos 18 años cuando ya se haya convertido en terrorista.

Yair, indignado por la inimaginable respuesta, argumentó: no seas imbécil, cómo vas a matar a un bebé; si lo matamos,qué nos distingue de los terroristas que entraron a los Kibutz en el sur y mataron a los bebés o secuestraron a los hermanos Bibas, el soldado debe adoptar al niño y educarlo para la paz.

Itai, juzgando a Yair de tonto, le dice: pero no entiendes ¡son árabes! no creen en la paz, la gente de los kibutz ayudaba a los palestinos y les daba trabajo ¿cómo les pagaron?matándolos y destruyendo todo lo que tardó mas de 70 años en construirse. Además,si el ejército de Israel mató a los padres es porque escondían armas en sus casas o incluso ellos mismos eran terroristas del Hamas.

Ninguno de los chicos aceptó ni una sílaba de los argumentos del otro, por el contrario, salieron con un torbellino de sentimientos entre rabia, incomprensión y orgullo.

Yair llegó a la casa y la madre, ante la mala cara, le preguntó qué había pasado en el colegio, respondió nada, los chicos de mi clase fanáticos del Beitar que son unos idiotas. Eso dejó a la madre convencida de que la mala cara se debía a asuntos de fútbol.No fue sino hasta la comida del sábado, estando toda la familia reunida, incluida la abuela,que el niño comentó sobre la acalorada discusión que mantuvo en el colegio con su compañerito. La abuela, llegó a Israel desde Polonia con apenas 4 años, hija de sobrevivientes del holocausto que perdieron una hija antes de ser deportados al campo de concentración.

La abuela, ávida lectora, les dijo que el amiguito de ellos estaba pensando como un nazi, e hizo mención del libro del autor israelí Ram Oren, que se titula “La señal de Caín”. En el libro relata la historia de un judío que apenas es liberado de los campos de concentración es testigo como los americanos bombardean un auto lleno de oficiales nazis que intentaban escapar, el auto explotó. Pocos segundos después al hombre judío le parece escuchar el llanto de un bebé, se acerca a las ruinas y, efectivamente, un bebé que viajaba con los oficiales había salido ileso de aquel episodio. El hombre decidió alzarlo en brazos y lo hace suyo, decide adoptarlo, total había perdido a su familia propia en el holocausto. El hombre obtiene la documentación necesaria y parte rumbo a Israel. Con los años el bebé, desconociendo sus verdaderos orígenes, crece en Israel y se hace un destacado oficial del ejército.

La abuela termina el relato y estalla en llanto, los niños piensan que la abuela llora porque se acordó de sus padres, lo que pasaron en Polonia o por el holocausto mismo. Apenas la mujer se tranquiliza les dice: no, lloro porque estas no son discusiones para niños de diez años.

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3 thoughts on “La señal de Caín

  1. Me encanto, me parecio mas que pertinente, el destacar como desde la mirada de los ninos, podemos tambien apreciar los valores y la importancia de mantener la tolerancia y el entendimiento, mas aun en una sociedad tan compleja como diversa como lo es la sociedad israeli. Gracias.

  2. Espero poder comer torta de chocolate con una infancia tan resistente. El rol de la Abuela es fundamental al incluir los grandes aprendizajes que se han internalizado a partir del Holocausto. Las diversas voces se dejan escuchar y se pueden ver en este relato. Los acompaño como hija de un sobreviviente de los campos y quien fuera un soldado Israeli. ZL.

  3. El texto refleja con crudeza cómo los conflictos prolongados pueden permear incluso en la infancia, llevando a niños de apenas 10 años a discutir temas profundamente complejos y dolorosos. La amistad entre Yair e Itai, a pesar de sus diferencias, simboliza la inocencia que aún existe en medio de la división, pero su discusión expone la realidad de crecer en un entorno marcado por la guerra y el trauma.

    La referencia al modelo de estudio en las Yeshivot es interesante, ya que fomenta el pensamiento crítico, pero aquí también deja en evidencia cómo la guerra influye en las perspectivas de los niños, moldeando sus opiniones de maneras extremas. La postura de Itai, tan radical, contrasta con la humanidad de Yair, quien busca aferrarse a la compasión. La intervención de la abuela, con su propia historia de dolor y resiliencia, es conmovedora y poderosa: su llanto final no solo lamenta el peso que estos niños cargan, sino también la pérdida de la inocencia en una generación que debería preocuparse por cosas mucho más simples.

    El relato no solo es un reflejo de la situación actual en Israel y Gaza, sino también una crítica a cómo los conflictos pueden despojar a los niños de su niñez, obligándolos a confrontar dilemas morales que ni siquiera los adultos logran resolver.
    Muy interesante,y triste,pero real

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