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Por José Charbit

Verano del 80.  Ya me había dicho a mí mismo que no viaje, pero ¿quién hace caso cuando las ganas son muchas y las neuronas no muy claras?

La moto estaba ubicada en el garaje de la casa que mi hermana alquiló para las vacaciones de verano, en Pinamar, donde estaban estacionados los dos coches: uno nuevo y el otro con muchos kilómetros de más.  No me llamaban la atención, solo la flamante motocicleta Yamaha de 125cc, me guiñaba un ojo como diciendo: “Flaco ¡dale! Dejate de joder y móntame».

Con mucho menos que eso también me hubiera subido, sino fuera que Marcelo, mi sobrino, me chistaba desde la ventana de la cocina:

-Tío, llevame con vos, mi papá duerme y mi mamá está ocupada, no se va a dar cuenta.

Sin mucho convencimiento le contesté:

-Si pasa algo, vos sos el responsable, a pesar que soy el tío y le llevo casi 20 años.

A los pocos minutos, estábamos en la ruta Pinamar-Mar del Plata.

Después de unos cuantos kilómetros recorridos, vi en el reloj del tanque de nafta que la aguja reposaba en la banda roja. Sin titubear, me desfilé para la primera estación de servicio que encontré.

Con mucha seguridad, enfilé para la gasolinera con la misma velocidad que andaba en la ruta, sin darme cuenta que, en la subida a la estación, la moto trastabilló y Marcelo mi sobrino fue a parar al piso con un buen golpe en el trasero, dejándolo tendido en el piso. Como estábamos en un balneario, a ninguno de los dos se nos ocurrió llevar casco.

Para mi mala suerte, un tipo mayor que cargaba nafta, exactamente enfrente mío, sentado al volante sobre su Torino 0km, me empezó a insultar, diciéndome todo tipo de cosas. Se acordó de mi madre, sin haberla conocido nunca y también acerca de mi comportamiento de adulto con respecto al menor, o sea mi sobrino, que seguía tendido en el piso. Yo me atreví a contestarle y él se enfureció más todavía, parecía que le salía fuego por los ojos, nunca vi a alguien tan rabioso, sin que ningún perro lo haya mordido.

Ayudé a levantar a mi sobrino para llevarlo a la cafetería que estaba en la estación.  Dijo que le dolía todo el cuerpo pero que podía caminar.  Nos sentamos, yo pedí un whisky doble y él una chocolatada: él para calentar el cuerpo, yo la cabeza.  

Yo me había quedado atragantado con todo lo que me dijo el tipo, terminé mi whisky en dos tragos, miré a mi sobrino y le ordené quedarse sentado.

Salí a buscar la moto y el del Torino todavía estaba ahí, como esperándome.

Me dice, de mala forma: -¿Cómo se te ocurre, tirar así a la criatura?

-¿Qué te metes, es mi sobrino -lo increpé-.

-¿Por eso lo tenés que matar? -gritó acercándose con un caño pesado en la mano, que sacó del baúl del auto.

-Te juro que te mataría -continuó- sin bajar el objeto. ¡¡MI HIJO SE MATO EN UNA MOTO, HIJO DE PUTA!!!!!-

Sin escuchar lo que él decía y ya subido sobre la moto, empecé a hacer piruetas, causando un ruido estrepitoso y casi tirándole el dos ruedas sobre su pesado cuerpo.

Salió corriendo a su Torino impecable, lo puso en marcha y sin pensarlo dos veces, avanzo hacia mí, que con mis dos vasos de alcohol de 40 grados cada uno, no sentía casi nada, solo el deseo de aplastarlo como a un bicho. Sin que se me ocurriera otra cosa, levanté la rueda de adelante, apreté el acelerador de mano al máximo y me trepé al capot y luego al techo de su auto recién salido de fábrica, dañando un poco la parte delantera, y aboyándole el parabrisas.

El tipo miraba para todas partes para ver adonde me escondí, cuando se dio cuenta que el ruido venia desde arriba, y sentía que el techo empezaba a hundirse, ahí nomas el viejo con gafas, puso gas y el Torino empezó a dar vueltas sobre su lugar, y yo agarrándome fuerte con los dos pies sobre el techo del coche.

Solo cuando empezó a frenar el coche estridentemente, las gotas de transpiración cayeron sobre mis ojos, mis pies no soportaban cada frenazo que pegaba y fui a parar con moto y todo, unos cuantos metros adelante sobre la entrada de la estación, la moto ya andaba sola, me llevaba de acá para allá y de allá para acá, donde ella quería, ya no veía ni auto, ni tipo, ni nada, solo la mano de mi sobrino en mi cara, acariciándome, como solo los niños saben hacerlo, junto a  una veintena de personas que se acumularon ante tanto escándalo, después que el motor de la moto se haya apagado, preguntándome si yo estaba bien, que el tipo del coche ya se había escapado, porque pensó que me había matado.

–Tío, si querés te ayudo a levantarte y nos vamos caminando despacio,

sin la moto, me parece que ya la disfrutamos demasiado, la verdad es que prefiero volver a casa, tal vez mi mamá y mi papá estén preguntando por mí.

La adrenalina hizo lo suyo y pudimos seguir caminando unos metros, un poco heridos y disimulando estar bien y cojeando, hasta que escuchamos el ulular de la sirena policial o de la ambulancia, o ambas a la vez.

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2 thoughts on “La moto, el torino, mi sobrino y yo

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