por Jessica Cohen
Seis más. Septiembre amanece mojado. Llora el cielo, lloran los peatones. Gotas de lluvia en la fuente de Dizengoff ahogan las imágenes de héroes caídos y de bailarines que un día fueron empapados de sangre. Para algunos, la exhaustiva cuenta terminó. El reloj marcó con desprecio el fin de una lucha inalcanzable.Lloran las madres, llora un pueblo entero. Una tormenta más poderosa que la de Santa Rosa, que arrasó toda esperanza y dejóa tantas familias en añicos. Desdibujadas. Para siempre. Y nosotros, que pensábamos que lo peor ya había pasado…
Ingenuos, que alguna vez habíamos imaginado paz y estábamos convencidos que la guerra era cosa del siglo XX. Cuánto dolor. La desolación de un presente que se desmorona, mientras los ecos de la guerra resuenan con la crudeza de una verdad inescapable. Un vacío infinito que ni la lluvia más torrencial ha de llenar. Imponente, el agua, con su dualidad destructora y sanadora, irrumpe en Tel Aviv con la absurda ambición de desinfectar nuestras heridas.
¿Podremos quizá con estas gotas de septiembre limpiar la sangre que nos empapó en el cruel octubre de 2023?