-¿Me puedo sentar en este banco al lado suyo? ¿No le molesta mi cigarrillo, verdad?
Vi que usted también fuma. Lindo día… ¿Demasiado tráfico? A mí no me molesta… ¿Muchos extranjeros? A mí me fascina… ¡Trabajo en una compañía tan cosmopolita! En mi laboratorio hay un sirio, un hindú y dos mejicanos. El mes pasado llegó incluso un tibetano.
Vivir en la capital me encanta. El único clavo ha sido siempre mi esposa. “Que no me quiero quedar viuda, que tú botas más humo que el Vesubio”… Me volvía loco. Yo le explicaba: “¿Sabes a cuánta gente que jamás ha fumado le ha dado cáncer del pulmón? A muchísima”.
Pero Maria Concheta, dale que dale.
¿Conoce usted lo que replicó el chelista Pablo Casals? Un periodista le preguntó: “Maestro… ¿cuánto fuma usted?” “Lo máximo que puedo” -respondió-. ¿Cree usted que esa broma la hizo sonreír? No.
Con tanto rechanque y matraqueo me dejó exhausto. A fin de año, le estoy hablando del 2010, tomé una decisión irrevocable.
“El primero de Enero del 2011 dejo de fumar”.
Y así fue. Desde medianoche hasta las dos de la madrugada ni un solo cigarrillo. Dos horas seguidas. De acuerdo, no duré demasiado, pero no está tan mal para un principiante…

–¿Otro cigarrito? Ocho meses más tarde le pedí el encendedor a un colega. Se llama Rubén Kaplan. El pobre, es judío. “¿No era que habías dejado de fumar?” -curioseó ese metiche-. “Lo pospuse para Enero del 2012” gruñí. “¿Por qué tanto tiempo?” -insistió-. ¡Qué caradura! -pensé- ¿Qué iba a decirle, «año nuevo, vida nueva»? Me quedé callado. De repente los ojos le chisporrotearon y me propuso: “¿Sabes qué?, la próxima semana celebramos Rosh Hashaná, el año nuevo judío. ¡Venite a casa a cenar! Quien sabe… con un año diferente…”

Rubén tuvo razón. Además, la sopa de pollo estaba saladita como a mí me gusta. Eso sí… el pescado… una bola blanca en medio a una masa gelatinosa… María Concheta me dio un tal puntapié bajo la mesa que no me quedó más remedio que hincar el tenedor. Después pollo, más pollo, ensaladas, postre. El pastel de miel estaba seco y me atraganté. Pero ojo, fue una bendición, pues durante las primeras dos horas y media del 5772 tosí tanto que no pude salir al jardín a fumar.
¿Usted cree que mi esposa me felicitó? ¡No! Justo cuando me preparaba a jalar la primera pitadita del año, María Concheta se me apareció.
“¿No juraste que tu decisión era irrevocable?”
Le contesté la verdad:
“Irrevocable sí, mi amor, pero no impostergable.”

–¿Otro cigarrito, señor?
El 5 de noviembre logré que el sirio me invitase al “R’as as-Sana”, el año nuevo musulmán. Las primeras dos horas y cuarenta minutos del 1432, privación total, absoluta.
El 15 de Noviembre del Diwali, el año nuevo hindú, durante dos horas y tres cuartos, nada de nada. ¡Sí señor! Y unos meses más tarde, a inicios del 4712 del año del dragón, estuve limpio durante ¡173 minutos! Comí cinco enrollados fritos y encendí cuatro linternas rojas sin darme cuenta que aún no había prendido ni un cigarrillo.

Pero María Concheta no compartía mi entusiasmo. El primer día del jaguar del 5000 en el calendario azteca, o si usted prefiere, el octavo día lunar del 2548 en el tibetano, a mi esposa le dio un patatús. ¿Que cuándo? ¡Hombre! el 14 de Marzo del 2013, el berrinche que armó. “¡Italo, ya te dije que no me quiero quedar viuda! ¡Te va a dar un infarto al corazón de tanto cigarro!” Estaba roja, los ojos le lagrimeaban, las venas de las sienes le latían. Antes de caer tiesa al piso, le dio hipo y le salió una espuma verde por los labios. La enterramos en el Cementerio de la Santísima Concepción. No, aún no he puesto la lápida: no logro decidir su fecha de nacimiento y de defunción.

–Seré viudo, pero no desisto de mi campaña antitabaco. Promesa, promesa es. Todos los meses hay más de un círculo rojo en mi calendario. Por ejemplo, este 14 de Enero, un compañero ruso me invitó al año nuevo de la Iglesia ortodoxa. Ni la intoxicación de pollo israelita ni el vodka moscovita me hacen perder de vista mi objetivo. Hice que me invitaran también al Losar tibetano, al TET vietnamita, al Nouruz iraní, al Yancuic Xihuiti azteca y a muchos más. Siempre con mi reloj, cronometrando los minutos hasta la encendida del primer pucho del año.

Le diré. No existe en la tierra abstemio más empedernido que yo. El año pasado, viví sin fumar sesenta y dos horas contra 60 del año anterior. A este paso dejaré totalmente de fumar para la edad de 133 años. ¡Quién lo hubiera predicho!

Pero me ha quedado una duda. Es sobre una observación que hizo Rubén la semana pasada, el 24 de setiembre del 2014. Disculpe, me refería al primero de Tishrei del 5775. Estaba festejando la cena de Rosh a Shana en su casa y antes de hincar mi tenedor en el gefilte fish, le dije emocionado lo de los 133 años. Rubén me miró, sonrió, e hizo un comentario que no entendí.
-“Italo, tú dejarás de fumar… ¡sólo cuando llegue el Mesías!”

Nota de la autora: inspirado en Italo Svevo, escritor italiano. En el 1923 publicó la novela
“La consciencia di Zeno”, que empieza con los intentos del protagonista para dejar de fumar.

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