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Por Patricia Winer

Tengo que cuidarme de no hacer ningún ruido. Toser o estornudar sería sinónimo de auto condena. Quisiera recordar cómo brilla el sol sobre mi cara, cómo una gota de lluvia resbala sobre mi piel. Tengo el aire vetado y la vida en proceso de poder respirar.

¿Qué es el tiempo fuera del tiempo, en una espera sin tiempo, en un no lugar; sino la percepción de nuestra propia existencia en un espacio ocupado casi en totalidad por las mayores ausencias?           

 Un espacio también completado por el vacío repentino y por los silencios amargos.

Cuatro paredes raídas, un suelo entre ratas y un techo de madera que chirría. Solo a partir de este techo, que para arriba es suelo, se sucede la vida.

Ellos, los de arriba, empiezan a caminar, debe ser ya la mañana. Cocerán huevos y panes con leche y mantequilla.  Mi estómago gime, pero lo logro acallar con la esperanza de que tal vez caigan hoy, por el agujero, algunas cáscaras de papa.

No sé si hace frío. Mi sangre esta helada y mi cuerpo frágil. La mente comienza a engañarme con imágenes borrosas importadas de algún otro pasado. Un juego, supongo innato, para sobrevivir a la memoria.

La espera incluye dejar de ser lo que soy y todo lo que era, despojarme de toda identidad. No tener raíz, ni símbolos ni historia. Aprender mis nombres nuevos y engendrar otra nueva espera. Alguna remota posibilidad.

Los de arriba vuelven de sus espacios cotidianos. Son valientes. Los oigo llegar. Se quitan el calzado y los cansancios. Ojalá me pudiera cansar. Hacer algo más que rezar y que desesperar.

El día sucede a otro día, las noches se apagan en hogueras. Tengo por únicas pertenencias un cuaderno de notas, una pluma, un tintero y un dibujo de su rostro y mis labios secos. Temo que se borre de mi tacto la textura de las últimas caricias. Temo no verla-amarla… jamás.

Imagino a los de arriba. Estarán prestos a un caldo grasoso y a un baño caliente. A una cama tibia, a nanas de cuna, a miradas satisfechas de estar haciendo lo correcto.

A lo lejos se distingue el grito de los pájaros de madrugada. Tengo unos segundos para desandar el submundo. Sin ruido, en silencio mortal, se desplazan unas pocas maderas de mi techo. Desde el suelo de arriba un noble corazón me da sosiego, un poco de agua que trago con inmediata salvajez para  calmar la lija que siento en la garganta y un trozo de pan duro que me sabe a la mismísima gloria.

–Dios los bendiga -susurro con la boca llena.

-¿Cuánto tiempo pasó? –murmuro sin mirar por la ceguera que produce en mi pupila la llama azulada de la vela.

-Shhh. Van cinco meses. Aguanta. Pronto podrás cruzar la frontera.

El graznido de los cuervos se mezcla de repente con ladridos de perros perturbados.

El de arriba reacomoda las maderas. Sopla la llama de la vela. Los comandos se acercan. Golpean la puerta. Los niños lloran asustados. Siento a la madre que corre, los abraza y contiene. A él lo sacan fuera. Sobre la helada lo golpean. Lo interrogan. Lo patean.

Un rayo fino de luz penetra por una hendija de mi techo mal colocado. También logro distinguir la suela de una bota militar. Su marcha es inequívoca.

– ¿Así que estás escondido cómo las ratas? Y desde el suelo de arriba hacia mi techo; no pararon de disparar.

Acerca del Autor

Patricia Winer

Patricia Winer (Buenos Aires, 1971) Poetisa de alma y escritora en ciernes. Diplomada como Contadora Pública Nacional, su balance arroja un cero en el stock de rencores, una columna de besos morosos y un haber de abrazos pendientes. Su piel sigue sudando rebeldía. Se instaló en la piel de una inmigrante. Es siempre pasajera en trance. Vive a orillas del Mediterráneo y naufraga entre las letras. Adora leer, bailar y los buenos vinos. Odia las despedidas y nada le molesta más que una noche perdida… Sabe que si no sueña no le queda nada y si se le acaba el mundo, lo volvería a escribir…
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4 thoughts on “Fuera del tiempo

  1. Dura realidad. Ojalá el mundo llegué a ser un lugar en el que ninguna generación tenga el recuerdo de una salida forzosa ni de muertes arrebatadas a quienes amaron un hogar que ya nunca volverá a serlo. Ojalá las guerras queden reducidas a una palabra de la que nadie sea capaz de conocer su significado. Ojalá no exista ningún hombre capaz de pensar en destruir a otro hombre, del que nunca conoció su historia. Ojalá nadie tenga que ampararse en escondites que en su inutilidad, ausente de un mínimo acomodo, sea al fin un lugar más piadoso que el corazón de hombres sin corazón

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