–Pero mamá, ya te dije que es una empleada mía –dijo un hombre de unos treinta y cinco años a su celular. Escuché esta conversación en el café del Parador de Bayona, en Galicia. Recién se había levantado de la mesa y apartado de una hermosa japonesa, de pelo color azabache, largo hasta la cintura, que estaba sentada con él. Habían tomado unas copas en ese amplio balcón que mira al mar; él tenía su mano debajo de la mesa, pero pude observar que acariciaba el muslo y la entrepierna de la muchacha sin mucho pudor. Alcancé a notar que ella se sonrojaba y una pícara sonrisa se dibujaba en sus labios.
–Te lo repito nuevamente mamá, es una agente mía–seguía insistiendo a su teléfono. Mientras él hablaba, la japonesa se paró, estiró su vestido y se encaminó hacia la salida. El hombre cortó la llamada y la siguió con prisa.
–Wait for me, Umiko – le suplicó.
Acompañé con mis ojos a la pareja que se alejaba; traté de imaginarme lo que estaba ocurriendo, y si existía algún vínculo entre la llamada telefónica que él había interrumpido, y su compañera de origen japonés. Se me ocurrió que podía inventarme una buena historia, mientras mi mujer escogía la comida del menú que el mozo nos había traído.
Resulta ser que Umiko (niña del mar, en japonés), había llegado a Bayona unos días antes, y se hospedaba en el Parador. Umiko era nativa de Kioto, donde aprendió inglés en la escuela secundaria. Tuvo una carrera de modelo, muy corta, en su ciudad natal, y ahora quería probar suerte en Europa. Tenía veinticinco años, y era tiempo de hacerse conocer fuera de su hábitat, en un país donde ella fuera diferente y sobresaliente, algo que no podría hacer en Japón. Su silueta era muy sutil y armoniosa, y cuando caminaba, el movimiento de sus caderas era como el vaivén de las olas del mar. El hombre que la acompañaba era un empresario local, que la había traído de Madrid para una campaña publicitaria que su compañía estaba organizando.
–Silvio, ¿qué piensas ordenar? –me dijo mi mujer, enseñándome el menú.
–No sé, ¿preguntaste si hay caldo gallego? –le contesté, pero yo estaba en otro lugar.
–¡Mozo! –llamó mi mujer.
Me sumergí nuevamente en mis pensamientos y seguí imaginando la historia de la pareja.
Umiko llegó a Madrid apenas abrieron las fronteras de España, después de que la pandemia dio señales de que sucumbía. Se presentó en una agencia de modelos y la contrataron de inmediato, cuando vieron su belleza asiática, extravagante. Llevaba sólo dos semanas en Madrid, cuando fue llamada por la agencia, para participar en una campaña publicitaria en Galicia.
Breixo (un nombre local en la provincia de Pontevedra), era hijo de un empresario gallego que había generado su fortuna después de la guerra civil. Cuando Breixo era pequeño, su padre murió en un accidente, así que creció solo con su madre. Actualmente estaba al frente de una compañía local de renta de carros, y lanzaban en estos momentos una nueva campaña publicitaria. Buscaron una imagen especial para difundir este proyecto, que fuera llamativa e internacional. Así llegaron a la agencia en Madrid, que presentó a Umiko como candidata. Breixo la contrató de inmediato.
–Silvio, el mozo dice que no le queda sopa a esta hora, pero tienen una muy buena ensalada de judías verdes y jamón –me distrajo mi mujer.
–Está bien, Mónica, que sea una ensalada de judías verdes y jamón –le contesté un poco gruñón.
Retorné a mi historia. Breixo recibió a Umiko en Bayona y de inmediato hubo un “clic” entre ellos. No se separó de ella ni un minuto; la llevaba con él a todas partes, la presentó a sus socios, a sus amigos, y hasta la llevó a la casa de su madre. A su mamá no le agradó esta nueva amiga de su hijo. Una mujer oriental en su familia, no lo podía aceptar. Ella había imaginado otra candidata para Breixo. Bueno, eso era lo que estaba fabulando, cuando el mozo nos trajo una ensalada de quinua a mi señora, y para mí la ensalada de judías verdes y jamón.
–¿Que van a beber? –preguntó el mozo.
–Traiga dos cervezas Estrella Galicia por favor, pero que estén bien frías.
Cuando terminamos de almorzar y salimos del parador, la pareja había desaparecido. Le comenté a mi mujer el cuento que me había imaginado, y nos reímos. En el camino de regreso a Vigo, mientras conducía, seguí fantaseando la historia de Umiko y Breixo.
En el balcón del Parador habían tenido una pequeña discordia relacionada con la madre de Breixo. Umiko lo invitó a subir con ella a su habitación, y le pidió que se quedara esa noche.
–¡Silvio, fíjate por donde manejas, casi atropellas a esa moto!–me gritó mi mujer.
Esto me quitó de la concentración y del cuento que estaba divagando.
–Tienes razón, Mónica, voy a reducir la velocidad –le contesté.
Puse todos mis sentidos en la carretera y abandoné para más tarde la fábula que estaba componiendo en mi mente. A una hora de manejar, llegamos a Vigo. Por fin en nuestra habitación, podía seguir rumiando la historia del Parador.
Esa noche, Breixo conoció profundamente a Umiko. Nunca había sentido algo parecido. El perfume que emanaba de su cuerpo era como las flores del ciruelo en primavera, y su pálida piel era suave como la seda. Umiko experimentó la pasión latina y la sagacidad de un celta, las dos combinadas en un solo hombre. Hicieron el amor detenidamente, no tenían ningún apuro, querían conocerse mejor y con mucha pausa. Para crear un ambiente más romántico, Breixo prendió una candela.
–¿Quieres dejar de soñar?, es tiempo de bajar y salir a cenar –me comunicó mi mujer.
Salimos del hotel y buscamos un restaurante, para celebrar nuestra última velada en Vigo. Decidimos probar el pulpo a la gallega con un vino local. Mientras levantábamos las copas de un exquisito Ribeiro y brindábamos, observé a mí alrededor; el establecimiento estaba repleto, había gran variedad de personas, y decenas de parejas. ¿Cuántas historias más podría imaginar?
A la mañana siguiente, tomando nuestro desayuno en el comedor del hotel, leí en el periódico local: “¡Tragedia! Terrible accidente aconteció anoche en el Parador de Bayona. Esta madrugada, una pareja fue encontrada sin vida, consumida por las llamas en su habitación. Posiblemente el fuego fue ocasionado por la caída de una vela, que incendió la manta que los envolvía, mientras dormían. Así decretó el departamento de bomberos”.