
Cada vez que Edith abría un nuevo tubito de pasta de dientes y veía ese taponcito que sobresalía, la invadía una profunda tristeza. Al ver la firma Elmex de color naranja y blanco, se acordaba de aquella tarde en la que cuidaba a su mamá enferma de cáncer pancreático durante las últimas semanas de su vida.
Vívidamente recordaba aquellas noches de fin de semana cuando la cuidadora tenía su día de descanso, en las que su madre hacía lo posible e imposible por aparentar que todo estaba bien, completamente normal, vamos… Pues ese era el «juego» que jugaban las hermanas y la madre: aquí no ha pasado nada, no ha cambiado nada, todo controlado, como si de una gripe común y corriente se tratara.
Aquella noche, le pidió su madre que abriera un nuevo tubo de pasta dental. Al hacerlo, sola en el cuarto de baño, le saltaron las lágrimas por enésima vez, dado que sabía que ese tubo que abría ahora, la madre no lo vería terminar, habría de ser el último tubo.
La angustia la embargaba cuando intentaba destapar ese recipiente sellado con un plástico prominente en forma de estrellita. Distraída e inmersa en su pena, intentó abrirlo con los dedos, con los dientes y, finalmente, con un cuchillo de cocina. El tubo se había deformado y la apertura revelaba la impresión de sus muelas.
Su madre la llamó desde el cuarto mediante una campanilla. Edith llegó con el objeto dental en mano. La progenitora la miró atónita, pues su vista y criterio seguían igual de agudos, sin haber sido afectados por la enfermedad. Sentada en la cama, rodeada de almohadas para mayor comodidad, alzó sus ojos de color Danubio Azul y la reprendió:
—¿Qué has hecho, Edith? ¿Cómo has abierto esto? ¡No me digas que con los dientes! ¡Vaya por Dios!
Edith sonrió y se disculpó.
—Lo siento, mamá. ¡No tenía ni idea de cómo abrirlo!
Ambas se miraron y echaron a reír. Reían y lloraban abrazadas, pues, sin necesidad de palabras, comprendíanlas dos que aquella era la última amonestación parental entre ellas.
Efectivamente, como dos semanas tras el evento, la mamá de Edith falleció.
El tubo deformado seguía colocado inerte en el lavabo del baño de la casa ahora vacía. Al verlo, Edith lo arrojó al suelo, lo pisoteó y saltó sobre él hasta exprimir la última gota de pasta dental. Al cerrar la tapa descubrió en la parte exterior un orificio en forma de estrella y comprendió por vez primera cómo funcionaba el sistema:
¡Había que insertar el plástico que sellaba el recipiente en la parte exterior del tapón y rotarlo! ¡Esa era la manera de abrirlo! Aunque habían transcurrido ya dos décadas desde el episodio, cada vez que Edith divisaba en el estante de la tienda el característico color anaranjado y blanco del producto, se le humedecían los ojos al recordar el último abrazo.