Año 1978 – Todos teníamos apodos en aquella época. Casi nadie conocía los nombres de los demás y menos aún los apellidos. Si los milicos “chupaban” a uno, éste no conocía datos que pudieran conducir al apresamiento de los compañeros.
Piero llamábamos al que le había tocado compartir conmigo el cuarto en el departamento que la tía de Alfi había puesto a disposición de su sobrino y “los muchachos”.
Se parecía al Piero cantante por los copiosos rulos y los grandes anteojos de marco oscuro.
Un día llegó Diana, muy agitada, diciendo que nos dispersáramos ya mismo, que se había enterado que conocían este refugio nuestro y estaban buscando a Luca, su novio.
Nos fuimos esa misma tarde, cada uno con sus pertenencias en un bolso, a los domicilios que supimos conseguir.
Decidimos no contactarnos, no vernos por un tiempo.
No supimos a quién se llevaron, quién murió en algún tiroteo, quién desapareció.
Tiempo después, yo estaba cruzando la amplia avenida Libertador, y vi a Piero caminando por la vereda a la que me dirigía. Me acerqué con una sonrisa de alegría y le pregunté“¿Cómo estás?”.
Me miró muy serio, casi con desprecio, la cara tensa y fingiendo sorpresa. Respondió: “Señor, yo a usted no lo conozco”. Y siguió caminando sin darse vuelta.
Me sentí muy mal. ¿Qué le pasa a este? Si compartimos tantas cosas…¿cómo no me va a conocer?
Masticando mi tristeza esa noche, pude analizar la situación. A Piero se lo habían llevado
y probablemente le habían ofrecido la libertad con la condición de “soplar” a sus compañeros de militancia. Nunca se sabe cuánto puede aguantar una persona bajo tortura. No lo juzgo.
Así es como lo seguían en un auto y él debía buscar o identificar (“marcar”) a sus amigos.
Cuando se encontró conmigo decidió no reconocerme, no delatarme.
Año 2000 – Por fin se dio. Mi primer viaje a Israel. Para Pesaj. Festejar con la familia de mi mujer. El sueño de conocer Jerusalén y el Kotel. Incluyendo plan de tres días en El Cairo. Una verdadera fiesta.
En la cena de despedida con los compañeros sobrevivientes que me organizó Alfi, salió el tema de Carlos Tesitzki (alias Piero). Alguien me había comentado que se casó con Marisa y se fue a Israel. Pregunté si tenían datos y me consiguieron su teléfono en Tel Aviv.
A los dos días de mi llegada llamé a ese número. Me atendió una mujer, obviamente Marisa por su acento y su “Hola” en lugar del “Aló” acostumbrado allí.
“Quisiera hablar con Carlos” dije.
“Carlos falleció hace dos años”. Ycortó.
Los años transcurridos no le habían quitado a Marisa el miedo a los llamados de personas desconocidas. Y yo perdí el abrazo que hubiera querido darle a Piero por haberme salvado la vida.
Gracias por este relato Claudia. Uno nunca termina de entender lo duros que fueron esos años de terrorismo de estado. Quisieron hacer desaparecer también los abrazos, pero solo pudieron conseguir que perduren en el tiempo.
Abrazos,
Roberto.