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Por Abel Katz

Viajé a Ixtapa Zihuatanejo para el cumpleaños noventa de mi amigo de la infancia Carlos. También iría Sergio y nos quedaríamos en su departamento.

Pagué 400 terros por el viaje de Tel Aviv a Ixtapa transbordando en la ciudad de México. Llegué alrededor de las seis de la tarde. Cuando el taxi pasó por la zona hotelera vi que seguía siendo el pequeño paraíso artificial, en el que cada framboyán, cada jacarandá, cada piedra y cada planta habían sido colocados según el plano de algún arquitecto paisajista, ahora más frondoso y hermoso. Llovía y la gente caminaba sin prisa para refrescarse de un calor muy similar al de la ciudad israelí de Haifa.

El taxi continuó unos 10 km después de la zona hotelera, pasando por el parque Aztlán que es un bosque tropical con guayacanes y abedules y pequeños lagos artificiales. Llegamos a Playa Quieta en donde está el Club Med, muy cerca del Hogar de Retiro donde vive Carlos. 

Cuando llegué al departamento de mi amigo, el comedor ya estaba cerrado, por lo que me ofreció yogurt, frutas y lo que tenía en el frigobar. Tomamos algo y recordé cuando vino a esta playa con su novia a los 18 años a acampar, apenas con el dinero necesario para el autobús y la comida, cuando era una playa desierta y solamente existía el Club Med. Me contó como entraron por la playa al hotel como si fueran huéspedes, se metieron a un cuarto, ya que no cerraban las puertas con llave. También alguien les regaló unos collares con esas cuentas para pedir bebidas y disfrutaron de una semana como millonarios.

Al día siguiente, Carlos ya estaba tomando café con Sergio, que recién había llegado.

Estuvimos todo el día en la alberca y los camastros, sin hablar mucho ya que Carlos dormía o simulaba hacerlo. Por otro lado, yo no había visto a Sergio desde el accidente. Se veía distante y tenía unas costras en la cabeza cubiertas con gasas de las que le supuraba un líquido viscoso verde. Secuelas del accidente.

Yo no quería hablar mucho con él. No me sentía cómodo porque el día del accidente, él quería alcanzarme en la sinagoga, donde yo iba a encontrarme con otro amigo, pero por no querer lidiar con la incomodidad que “por qué invitas a un goy” a un sitio de judíos, le dije que nos veríamos más tarde.

Sergio siempre era muy respetuoso de las tradiciones y de las personas. En cambio, Carlos era un rebelde irreverente y hacía sentir mal a la gente, persignándose en la sinagoga y carcajeándose.

Carlos se consideraba socialista, comunista. En cambio, Sergio era un capitalista. Él y su familia eran admiradores de Franco y de Hitler, aunque al conocerme a mí y a mi familia, cambiaron un poco su percepción de los judíos. Pasábamos horas discutiendo sobre política. Era la época en que el comunismo estaba vivo y la guerra fría era un peligro que podía llegar a las bombas atómicas.

 Los tres éramos mejores amigos. Un tiempo antes, Carlos ya se había alejado, por sus actividades de los scouts.

A partir del día del accidente, frecuenté más a amigos judíos, por eso cada quien siguió por su lado.

Comenzamos a platicar sin encontrar un tema en común. Yo le conté de mis hijos y nietos, él de sus sobrinos y sus logros en el arte, a veces se quedaba pensativo con una mirada triste. Finalmente recordamos muchas aventuras de la infancia, lo audaces que éramos, en especial Carlos, siempre era el más fuerte y valiente. Así la pasamos platicando, nadando, bronceándonos y tomando botanas.

Después de estar hartos de descansar fuimos al comedor, lleno de viejos como es un asilo de ancianos, sin mucho ambiente, y una comida nada especial. Al terminar subimos exhaustos al departamento y dormimos una siesta.

Cuando desperté fui al baño, me dio gusto ver que en México ya tampoco había drenajes. Había un mingitorio, y una especie de silla con un asiento de escusado, propia para llenar los globos higiénicos y al lado en la pared de una puertita metálica con un letrero que decía: Solo desechos fecales. También había un “lavabo”, que es más bien una cubeta de veinte litros con líquido desinfectante, un líquido turbio que debe permanecer blanquecino, lo que significa que las cepas están sanas y desinfectan. Si está de color verdoso significa que se han reproducido demasiado, y color rojizo que hay más bacterias dañinas que cepas desinfectantes, y que hay que echarle más polvo del bote verde.

El departamento no tenía cocina, solo un pequeño frigobar en la sala y una barra con una cafetera de filtro. Había café recién hecho y me serví una taza. Unos veinte minutos después se despertaron Carlos y Sergio, también tomaron café, y Carlos dijo: “Mañana cumplo noventa años, van a venir más amigos, por lo que quiero que hoy la pasemos bien”.

“Pedí la cena de Sushi Yoshitake, un restaurante en Tokio, que tiene más de cuarenta años. Lo pedí antes de la siesta, para que llegue a las ocho”.

A las ocho en punto llegó. Fuimos a lo que antes fue la lavandería y en donde antes había una lavadora ahora estaba un buzón de Google Senduct, una caja del mismo tamaño que la lavadora. El ícono de la banderita roja estaba encendido. Abrimos la tapa de la caja y sacamos la esfera de un metro de diámetro recién llegada de Japón. La pusimos en la base y la abrimos para sacar las tres órdenes en envases de vidrio y frasquitos con las salsas y complementos. Además, había un juego de palillos chinos por persona.

Carlos comenzó la plática preguntando: ¿Cuál pensábamos que había sido el mayor logro o fracaso de la humanidad, desde nuestra juventud hasta ahora?

Después de un par de horas terminamos la plática, pusimos todos los utensilios vacíos y los desperdicios en la esfera, ya que no hay basureros y es el restaurante el que se debe encargar de desechar o reciclar la basura. La atornillamos dándole unas vueltas y la metimos al buzón. Carlos apretó un botón y la envió de regreso al restaurante al otro lado del planeta.

Al día siguiente fue la fiesta de cumpleaños de Carlos, en el salón de eventos del conjunto, comenzó a las nueve de la noche. Era como estar en una discoteca con pocas luces. El lugar estaba a reventar, había unas quinientas personas paradas y esto era una especie de homenaje a Carlos por su labor a favor de la comunidad trans-género. Carlos era una especie de gatúbela drag queen a quien todos abrazaban y daban palmadas de cariño. Yo estuve una hora y me fui a dormir. Mi vuelo saldría temprano al día siguiente.

Al despertar busqué a Carlos, yacía en su cama todavía disfrazado. Sergio y yo pedimos un taxi al aeropuerto. Tomamos café mientras esperábamos. El viaje transcurrió en silencio, lo que no me molestaba.

Al llegar bajamos y cada quien tenía que ir a una sala diferente, así que nos despedimos, le di un sentido abrazo, le dije que lo estimaba mucho y que sentía que nos hubiéramos alejado. Él me dijo que tenía muy buenos recuerdos de la infancia y la adolescencia, pero no recordaba por qué nos alejamos.

Yo había evitado a Sergio durante todo el viaje para que no se enterara, y ahora entendía que él no tenía la menor sospecha de que él estaba muerto.

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