Medusas
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Por Andrea Bauab

Sábado a la tarde, mes de julio, playa Gordon de Tel Aviv. 

El ojo inocente ve un lugar efervescente en pleno verano, con música, surfers y ciclistas, con familias comiendo sandíay ciudadanos disfrutando del mar y de los deportes acuáticos. Una playa urbana, cercana, accesible, con un paseo marítimo donde hay clases de salsa, yoga, rikudim, heladerías y cantantes a la gorra.  En un par de horas el mar se calmará y un sol rojo se depositará sobre el horizonte ofreciendo un atardecer de ensueño sobre el Mediterráneo.

Así se ve a simple vista el verano en una de las playas más concurridas de Tel Aviv, a nueve meses del fatídico 7 de octubre.

Pero el ojo avezado que conoce un poco más, ve un cuadro más completo, plagado de contrastes, se detiene en los grises, recorre las sombras que ocultan el sol, al tiempo que nos protegen del mismo.  

¿Quién puso ahí esas palmeras que dan un look Hawaii a la playa Gordon?

Cuando me acerqué, me enteré de que conforman el “bosquecito de Roy”: fueron plantadas en homenaje a un joven de 21 años que surfeaba en estas costas y que cayó en 2016, defendiendo a Israel.

Más allá de las palmeras se ve a unos treinta muchachos haciendo ejercicios dificilísimos en la arena.  A primera vista, parecen los jugadores de un equipo de fútbol que vino a entrenar en la playa, pero no, son estudiantes que están terminando el secundario y se preparan para ingresar en las unidades comando de Tzáhal.

Noté que algunas palmeras tienen a su alrededor una cinta amarilla.  En la letra de una vieja canción de Tony Orlando (1973) un prisionero recita: “si rodeas el viejo roble del barrio con un yellow ribbon será la señal de que,al salir del cautiverio, me estarás esperando”.  Y eso impulsó a miles de israelíes a rodear árboles y espejos de autos con cintas de ese color, para asegurarles a nuestros hermanos cautivos en Gaza que los estamos aguardando con ansias, que no los abandonaremos en el campo de batalla.

Caminé por la costa mirando a jóvenes jugando fulbito en la arena, mientras a otros de

la misma edad les toca estar en los túneles de Rafah y Khan Yunis en Gaza, combatiendo terroristas. En menos de un kilómetro de arena los contrastes abruman, gritan una historia y están por todas partes.

En el bar de playa “Lalaland” instalaron una pantalla gigante y desde las 19.00 horas transmitirán en directo los partidos del EURO, la copa europea.  La gente pide cerveza, la playa se va transformando en un mini estadio con hinchas, camisetas y la vibra previa a los partidos importantes.   Pero a esa misma hora, a menos de dos kilómetros de allí, comenzarán a congregarse otras voces y otros gritos:  los angustiados familiares de los secuestrados, como todos los sábados, reclamarán desde su infierno cotidiano “Bringthem home, all of them, NOW”.

Recorrí la orilla considerando si entrar o no al mar:  julio es el mes en que las tibias aguas del Mediterráneo israelí reciben la visita de cientos de medusas, algunas del tamaño de un plato.  No veía ninguna varada en la arena y me pregunté si en este convulsionado 2024 habrían llegado o si la guerra las espantó. 

Una señora mayor salió del agua.  Aspecto de nadadora, gorra de baño y antiparras, paso firme, más de 70 años bien llevados.  La conversación fluyó sin dificultad, como siempre ocurre en Israel y aproveché para preguntarle:

-¿Hay medusas?

-Ni una.  Y eso que estuve bien adentro -señaló el horizonte-. El agua está tibia, limpia y hermosa.  Entrá tranquila- me animó.

La miré con simpatía, una perfecta Tel-Avivi esa señora, que al escuchar mi acento latino me habló de “la Gordon” como si fuera el paraíso: “casi todo el año se puede nadar en esta playa, menos en diciembre y enero por el frío y en julio por las medusas.  Pero hoy no hay ni una, animate, antes de que se oculte el sol, el mar se calma y se torna plateado y liso”. 

Asentí, le deseé Shavúa Tov y me contestó “Besorot Tovot”, el ingenuo deseo de los últimos meses… “que sólo recibamos buenas noticias”.  Y me dispuse a entrar en el mar, cuando un helicóptero militar cruzó el firmamento y las dos -inevitablemente- levantamos la mirada hacia el cielo.

-Se dirige hacia Ichilov, el hospital -me informó con pena, como si supiera de memoria el trayecto de los vehículos militares aéreos en Tel Aviv-. Seguro lleva jaialim heridos… Bajé la vista impotente hacia la orilla, donde olas suaves perdían la fuerza y apenas dibujaban una línea de espuma cerca de mi empeine. Entonces la vi.  Enorme, transparente, redonda. Mimetizada con los reflejos del ocaso en el mar, casi imperceptible.  Latente y viva.  Amenazante.

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