Corría 1915, un año dentro de la Gran Guerra, lejos de su fin. A Franz le gustaba participar en reuniones con sus pocas amistades, que escuchaban con entusiasmo sus cuentos y se reían a viva voz de sus ocurrencias. Todos conocían su humor seco. Max, Ludwig, Oskar y Félix le sugirieron escribir una novela corta.
No se llevaba bien con su padre desde que era pequeño, así que evitaba encontrarse con él, pues le tenía miedo. Una extensa carta le escribiría en 1919, pero su madre le impidió enviarla. En esa época todavía le seguía remitiendo cartas a su enamorada, Felice, que vivía en Berlín, y en cuatro años alcanzarían a ser más de quinientas, pero esa relación, como muchas otras que había mantenido, chocaría contra un arrecife.
Hacía harto frío en Praga esa noche y la lluvia repiqueteaba en su ventana. Franz se sentó en su escritorio, bajo una luz enfermiza, y abrió su cuaderno. Con su pluma escribió: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.” Tituló el relato “La Transformación”. El texto, después conocido como “La Metamorfosis”, fue publicado en diciembre, pero no fue bien recibido. Quién se hubiera imaginado que años más tarde, ese cuento redactado en el aislamiento y la penumbra, tocaría a miles de almas solitarias. El genio de Kafka sigue vivo en sus relatos, que son relevantes hoy, cien años después de su muerte.
