Fue el día en que estalló la “Guerra de los 12 días” cuando mi espejo decidió venirse abajo. Sin aviso, sin piedad: se desprendió del armario del baño y se hizo añicos en el suelo. ¿Coincidencia? Tal vez no. Porque, desde entonces, también me he sentido rota en fragmentos que ya no sé si soy capaz de recomponerme.

Vinieron las noches mal dormidas, interrumpidas por el aullido de la sirena, tan estridente que parecía burlarse de la fragilidad del sueño. Explosiones lejanas y cercanas se mezclaban en un mismo coro de miedo. Siempre estaba la pregunta no dicha: ¿será este el misil que falle el blanco? ¿Será hoy el día en que la suerte se canse?

El alto el fuego llegó con su promesa vacía de sosiego. Pero la paz no es silencio entre explosiones. Paz es lo que no tenemos. Gaza arrasada, soldados en el frente, aviadores en el aire, rehenes perdidos en un infierno que hasta Dante habría temido escribir. Y nosotros, espectadores y sobrevivientes, consumiéndonos en angustia, en noticias que sangran, en un tiempo suspendido donde el futuro parece un territorio minado.

Y como si la tragedia colectiva no bastara, llegó la mía particular. Me caí, fracturándome la pelvis. Hospital, dolores, limitaciones, un cuerpo que insiste en recordarme su fragilidad. Ahora paso más tiempo acostada que sentada, como si la vida me hubiera puesto en pausa forzada. El cuerpo adelgazó, los ojos hundidos, las ojeras transformadas en sombra permanente.

Pero el espejo quebrado no volvió a su lugar. Sigue allí, fuera del armario, como cómplice silencioso de mi negativa a mirarme. Quizás sea eso: no quiero ver reflejada la versión de mí misma que la guerra, el dolor y el tiempo han producido.

Afuera, sin embargo, la contradicción persiste: el sol sigue iluminando, las flores insisten en nacer y los pájaros cantan como si la vida fuera ligera. Ironía cruel —o recuerdo obstinado de que la belleza se impone incluso donde el caos se instala.

Y así sigo: entre dolores y silencios, entre humor amargo y una tristeza casi literaria. Quizás algún día el espejo vuelva al armario. Quizás algún día vuelva a reconocerme. Hasta entonces, continúo rota, pero lo bastante entera como para esperar.

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