Laura sintió una mano pesada apoyándose sobre su hombro y un instinto le hizo dejar caér el “joint” al piso.
-Deme un documento, por favor.
La voz baja pero implacable del inspector no dejaba lugar a dudas. La habían pesacado fumando en el bar.
Raúl y Aníbal se pusieron blancos. Raúl se lo acababa de pasar en el mismo momento que entraban los dos uniformados al local y no alcanzó a advertirle. A Aníbal le tardó menos de un segundo empezar a pensar que su permiso municipal para el bar estaba en peligro.
Laura giró lentamente y se bajó de la banqueta. Era rubia, esbelta y de ojos celestes, como salida de un magazín. El inspector municipal que la había impetado dio un pequeño paso atrás. Era más bajo que ella y casi calvo.
-Déme un documento.
-Eh…lo tengo afuera, en la moto. Salgo a traerlo.
-La acompaño – dijo el hombre.
Salieron del bar a la vereda. La moto de Laura no estába allí. Un par de horas antes su marido la había traído al trabajo y había seguido al suyo.
-Oiga, es la primera vez…
Temía la complicación que acarréa los placeres de la marihuana. Ya había sido interrogada cuando estaba en la escuela secundaria y le bastó. Pero si el inspector se percató del olor del porrito no hizo ningún comentario y Laura le imploró que le perdone.
-Déjeme por ésta vez, por favor, no tengo dinero para pagar la multa.
-No puedo señorita, el que entró conmigo al bar es el jefe de inspectores. El oficial parecía estar encandilado por su belleza, a punto de derretirse, pero insistía, -si no tiene documentos, deberá acompañarme a la comisaría.
Laura ni lo pensó siquiera. Sus músculos actuaron más rápido que su propia sorpresa y en instantes estuvo muy lejos. Corrió sin mirar atrás, cien metros en diez segundos. Campeona.
